Cuando Lorena me dijo que “de aquí a Juárez es un pasito”, no veía la hora en que cruzáramos la frontera. Quería verlo todo, tenerlo grabado en mi mente y confiar en que podría traducir la mirada en letras. Eso es lo que estoy haciendo.
Es más que curioso para una isleña, tener la posibilidad de cruzar de un país a otro en pasos. Es como si, literalmente, se dibujara una línea en el piso con reglas y señales que cambian de acuerdo al país que pises. Todo cambia y se siente. Desde algo tan sencillo como la pérdida de señal en el servicio de telefonía celular, hasta algo tan complicado como… digamos, los accesos.
No era mi primera vez en México, así que ya tenía unas expectativas sobre el país hermano latinoamericano. Sin embargo, todo fue superado por los momentos de curiosidad/tensión/incertidumbre que puedes percibir al cruzar el puente entre El Paso y Ciudad Juárez.
“Tengan mucho cuidado”, me decía mi mamá por Whatsapp, sin haberle contado todavía que un colega periodista me mostró la imagen que tomó en Juárez la última vez que cruzó el puente: unos cadáveres colgando de un puente. Nos dijo que era algo que se veía con regularidad por las guerras pandilleras. Otros compañeros decidieron “pasar” de esta oportunidad porque temían que algo fuera a sucederles y hasta sus familiares les recordaron que tenían hijos, que no se arriesgaran.
Llegó el momento de dar el “pasito” que tanto Lorena me comentó. Lo dimos cinco personas, incluyendo una local que estupendamente nos sirvió de guía.
Entonces, cruzamos.
Una peculiar parada tipo peaje nos hacía pagar unos 50 centavos para cruzar el puente que tenía como “soundtrack” los bocinazos de quienes deciden cruzar en carro a la hora pico de un domingo por la tarde. El sol hacía un espectáculo a su puesta con unas tonalidades entre amarillas, anaranjadas y grises que cautivaban la mirada y te obligaban a sacar el celular.
Miradas de policías enmarcaban el cruce tenía un punto medio “adornado” con murales y graffitis. Desde acá (el puente) se veían los reclamos de resistencia que México a través del arte enviaba a Estados Unidos. Según contaba nuestra guía, este espacio había sido escenario de muchas controversias migratorias violentas por años.
El puente Paso del Norte se acababa y empezaba otro ambiente. Se respiraba distinto. Había música y, como diríamos muchos, había ambiente. Con la bandera mexicana dándonos la bienvenida, optamos por hacer ciudad caminando y retratando inicialmente con los ojos.
Un mural de Juan Gabriel nos hizo recordar que siempre será el “Divo de Juárez” y, por supuesto, sirvió de fondo perfecto para la típica foto en la ciudad. Nos dimos el gusto de caminar a la plaza y sentir el calor humano al punto de hasta ofrecernos de comer.
Nuestra guía nos invitó a cenar una típica comida mexicana y allí, cerquita de la calle Noche Triste, nos sentamos a comer rodeados de una especie de culto transmitido en la plaza y un mariachi (justo a mis espaldas). “Buen provecho”, dije. Degustamos y no nos arrepentimos.
Acompañados de reguetón entramos al Club 15 a ver cómo era la cosa. No cabían más personas y un “borrachito” le echaba ojos a mi colega tratando de sacarla a bailar. Conversábamos y nos reíamos entre nosotras, a la misma vez que deseábamos que se detuviera o se fuera.
El paseo terminó en “El Kentucky”, algo más “moderno”, parada oficial de muchos pues se hace nombrar el centro de invención de la popular margarita. Con música de José José y Luis Miguel de fondo, nos despedimos del lugar que daba justo al cruce de frontera.
En esta ocasión, nos encontrábamos oficiales y vendedores ambulantes en el puente. Ya era de noche, se sentían miradas y notaba cierto grado de preocupación en muchos rostros. Volvimos a pagar el “peaje humano”, esta vez en pesos mexicanos, advertencia que previamente nos habían hecho.
Llegamos al interrogatorio de una especie de Aduana antes de regresar y el hombre que me atendió se sabía el libreto y un poquito más: ¿Cuál es su nombre? ¿De dónde viene? ¿Por qué está aquí? ¿Anda sola? ¿Quiénes vienen con usted? ¿Qué viene a hacer acá? ¿Y cuál es su nacionalidad?
Me cuestioné cómo será esta experiencia para todos los que deciden dar el paso del cruce. Son miles los que anualmente están en la búsqueda de un bienestar para ellos y para sus familias. ¿Qué les pasará a si no tienen cómo responder las preguntas? ¿Cuál es el proceso? ¿Cómo es la detención? ¿Qué pasa con sus familias?
Nos esperamos todos y regresamos a nuestro destino con un mar de preguntas en la cabeza y unas ganas de soltar tinta por los dedos. Memoria fotográfica, le dicen.
A mí me gusta mucho estar en la frontera
Porque la gente es más sencilla y más sincera
Me gusta cómo se divierten, cómo llevan
La vida alegre, positiva y sin problemas
Aquí es todo diferente
Todo, todo es diferente
En la frontera, en la frontera, en la frontera
–Juan Gabriel “La Frontera”